martes, 20 de agosto de 2013

Infame comportamiento ajeno

Nació una persona extraordinaria, no sólo inteligente, sino bondadosa. Era un pequeño niño de complexión muy delgada.

Desde muy pequeña edad percibió cómo los demás pe agredían verbalmente, o intentaban reprimirle su autoestima con comentarios innecesarios, la mayoría sin fundamento, sin siquiera una razón, pues esta criatira era buena y no intentaba agredir.

Con el tiempo entendió que simplemente los demás son inseguros y la sola presencia de alguien más le despierta el animal instinto de competencia.

Hasta ahí todo le pareció trivial, hasta que se introspeccionó así mismo y vinieron recuerdos tormentosos de una niña con la que le tocaba bailar como pareja en segundo de primaria. Por no ser agraciada, por haber querido bailar con otra muy bonita, entonces la agredía, "maldita negra, eres torpe", le decía en voz baja cuando el profesor los regañaba por haber hecho mal alguna trauectoria del baile. Lo peor del recuerdo es que se topó con aquella niña, unos tres años más tarde, en sexto de primaria, y ésta, sin decir palabra alguna, le regaló una muy noble sonrisa, en señal de saludo, y siguió su camino.

Ya de grande, en el trabajo, esta supuesta linda criatira, varón, de complexión delgada, recibió por vez primera la responsabilidad de dirigir un equipo de trabajo. Uno de los miembros brillaba con luz propia. Una de sus tantas cualidades era la de participar activamente en la iglesia de su comunidad en muchas actividades de orientación y convivencia juvenil, orientación conyugal, y un largo etcétera. La bella criatura de esta nota ya no era católica para entonces, debido a fallas que detectó en la coherencia de la religión. Sin provocación alguna, una tarde a la hora de la comida sugirió al equipo una oración de gracias por el alimento, le pidió al equipo que se sujetaran las manos y les pidió también que repitieran sus palabras:

- "Unos tienen y no pueden"
- "Otros pueden y no tienen"
- "Nosotros los que tenemos y podemos"
- "Te damos gracias cabròn"

La frase final real es "Te damos gracias Señor, amén". Se notó el gesto de ofensa y sentimiento de traición del joven que brillaba con luz propia, la desaprobación de un par del equipo, y la risa maliciosa de otro.

Seguramente estas dos personas ofendidas injustamente tampoco son criaturas extraordinariamente bondadosas, tal vez sus pequeñas vivencias obscuras tendrán también, aunque no necesariamente.

Siempre hay un afectado y un agresor, pero a nuestros ojos, siempre somos las víctimas, o los agresores justos, cuyas excusas encontraremos como razones de peso para justificar nuestros innecesarios arrebatos que sólo dividen. Sólo podenos ver lo que nos afecta, y cuando lo percibimos, no tenemos la voluntad de manifestarlo con claridad y balance, preferimos la venganza cuando haya oportunidad, más que corregir en el momento, y con ecuanimidad, el comportamiento irracional que hizo que nos agredieran, o que agrediéramos, por mera envidia o conflicto de intereses y caprichos.

Esta nota la coloco en este blog de Carácter y no en el de Imperfección Humana, porque se requiere carácter para señalarse con el dedo así mismo y exigirse dejar de ser una basura.

Lennarth Anaya

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