Imagino lo que debe pasar un famoso. Ser reconocido en todos lados, tener que dibujar una estúpida sonrisa siempre, invirtiendo energía en concentrarse para no dañar su imagen, en tener que recibir sonrisas igual de estúpidas de gente que ni lo conoce y que esperan una sonrisa de vuelta, ambas falsas. La necesidad insatisfecha de tener un diálogo honesto con cualquiera, de saber más que de protocolos. No poder ir a cualquier lugar y pasar desapercibido, no poder deambular sin que su sagrado silencio sea interrumpido. No poder sólo estar.
Un padre de familia sale del trabajo y se ve obligado a ir a atender sus responsabilidades, mirando al horizonte de sus hijos y no al propio, echando ojo de vez en cando en tugurios que le ayudan a sentir un poco de vida, con secrecía.
El solterón que le teme al compromiso, que no puede más que velar por sí mismo, como perrito callejero. O el solterón disimulado, que en el fondo sólo está esperando que alguien le rescate de la hiriente soledad pero habla como si la disfrutara.
Porque toman decisiones con base en el temor y no en el intelecto, no descartan lo que no les gusta, sino que se conforman con lo que menos les hiere. Al chingón le gusta decir "¿qué te importa?, chinga tu madre"... pero la mayoría en realidad cede ante la presión social, como si esa presión fuese física; sin darse cuenta de que cualquiera, con un poco de serenidad, la puede soportar. Porque volviendo al ejemplo del famoso, no disfrutan la soledad, y no disfrutan la fama, porque siempre han sido el resultado de la presión de los demás y no de sus decisiones firmes y concienzudas.
Lennarth Anaya
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