No es cuestión de edad, ni de madurez, es cuestión de carácter. A los 8 años me conmovió más que fueran mis padres, con sus carencias, y no un risueño ricachón con super poderes, quienes se las arreglaban para sorprenderme en esa noche especial para mi. Una noche especial que mis padres fabricaron con plástico y papel, como debía ser.
A esa edad ya me parecía patético que hubiese niños tramposos que preferían fingir candidez para que les siguieran comprando su felicidad. Y alarmados todos veinte años después porque está infestado de corrupción por doquier.
Grinch sea todo aquel infrahumano que se niegue a imaginar tan bonita realidad en esas fechas, amargado sea aquel que no quiera vivir aunque sea de ilusiones por unas semanas para olvidar tan horrenda realidad que nosotros mismos fabricamos. Inhumano aquel que no desea vendarles los ojos a los humanos del futuro para evitarles el dolor de la aburrida existencia y de los problemas añejos que nuestros abuelos no quisieron ni supieron resolver.
Lennarth Anaya
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